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viernes, 14 de marzo de 2008

Rayas con Sagarra (Juan Urrutia)

De nuevo Juan Urrutia nos deslumbra con sus dotes de pescador, así como su veneración por los Sagarra. Si en una anterior entrega era el peligroso congrio la "víctima" de nuestros carretes, en esta nueva entrega es otro misterioso animal: la raya, presa de la sabiduría pesquera y del arrastre de los carretes del bueno de Juan. Podéis ver más artículos en su magnífica web de pesca http://www.lacoctelera.com/poralliresopla



SORPRESA NOCTURNA

Texto y fotos: Juan Urrutia


Las largas esperas son intrínsecas a esta pesca pero nunca desaparece la emoción por la posible picada, quizás en pocos minutos muerda el cebo el pez de nuestra vida.

Cuando uno se plantea la captura de grandes piezas en el mar la emoción comienza mucho antes de la jornada. Nos corroe la incertidumbre, la duda sobre lo que nos deparará la noche. Lo normal es no tocar escama en mucho tiempo pero hay ocasiones, no muchas, en que el puntal mira con vanidad hacia el agua como si quisiera ver su reflejo y entonces nos hierve la sangre, se nos acelera el pulso y cogemos nuestra vara con una mezcla de alegría, emoción y miedo.

Llame a Luis, mi querido amigo y compañero de batallas piscatorias, para proponerle una salida sagarril en busca de lubinas crecidas y otros colosos marinos. Imaginábamos que la noche discurriría tranquila, estas jornadas se saldan más a menudo de lo que uno quisiera con puntales inertes y cebos que se sustituyen por rutina o porque la morralla dio buena cuenta de ellos. Por eso, la búsqueda de piezas de porte se hace mucho más llevadera en buena compañía.


Cuando algo está tan bien hecho nunca pasa de moda.

Sobra decir que íbamos pertrechados con material sobradamente fiable, dos estupendos Sagarra –un Junior y mi fiel 46-2- montados en sus correspondientes cañas de fibra. Lanzamos nuestros aparejos desde un pequeño espigón en dirección a la playa pues es frecuente, más de lo que creemos, que los depredadores se acerquen a la orilla durante la noche en busca de incautos pececillos. ¿Dónde está el pez grande? Donde encuentra alimento, así de fácil.


Sardinas, apetitoso bocado para casi cualquier pez.

Caladas dos medias sardinas -abiertas y fijadas con hilo a recios anzuelos del uno-, comenzamos a cenar, confiados en que la posibilidad de que apareciera por la zona un pez capaz de tragar semejante bocado era lo suficientemente escasa como para permitirnos reponer fuerzas sin interrupciones. Pero, como sabréis, una ley no escrita de la pesca dice que las mejores picadas siempre se producen en los momentos más inoportunos. Aún no habíamos terminado la deliciosa tortilla de patata que Teresa, la mujer de Luis, nos había preparado temiendo que muriésemos envenenados si cocinaba su marido, cuando la caña de mi compañero comenzó a deslizarse lateralmente por la barandilla que la sostenía con el puntal tan arqueado como si una motora tirase de ella… De un salto, Luis llegó hasta la caña, cuyo carrete soltaba sedal sin descanso, apretó el freno y afianzó la captura. No era una lubina, no tiran así, las carreras eran lentas pero imparables hacía el fondo… ¿Un congrio? Puede, pero ya habría partido el nylon y además no cabeceaba de esa forma tan particular que, quienes tengáis afición a la captura de estas “serpientes” marinas, conoceréis de sobra. Pasados varios minutos comienza a ganar la batalla el pescador, espira tras espira, el sedal va entrando en el robusto Sagarra acercando cada vez más a la pieza a su triste destino. Al fin la vemos, es una raya, y hermosa, desde la altura le echamos más de tres kilos… ahora quedaba el problema de izarla a tierra, pesaba demasiado para subirla a pulso, imposible...



Vivimos momentos de gran emoción aquel día…

Llevamos la raya, pasando entre los dos la caña por detrás de múltiples farolas, hasta unas escalerillas que llevaban a la mar. La marea comenzaba a subir y lo hacía con fuerza, Neptuno se negaba a que le arrebatásemos a uno de sus súbditos. Al tiempo que Luis luchaba por mantener al pez lejos de los cortantes mejillones que partirían el bajo sin remedio, bajé las desgastadas escaleras de piedra hasta la raya que, vista desde abajo, pareció aumentar considerablemente de tamaño. De las oscuras aguas, tenuemente iluminadas por las farolas antes nombradas, se levantó una ola de metro y medio que me echó encima al selacio con gran peligro, pues su cola estaba atestada de espinas venenosas que podían atravesar mi pantalón de gruesa pana como si de papel se tratara.



Soberbio animal…

Mojado hasta los calzoncillos y con la sacadera en el coche –gesto “inteligente” donde los haya- me enfrentaba a un animal cuya boca podía triturar almejas y navajas, ¿por dónde asirla? Su cuerpo resbaladizo y sus púas venenosas dificultaban la situación sobremanera y las olas, cada vez más grandes e iracundas, jugaban peligrosamente con el animal estrellándolo contra mis piernas o llevando el bajo peligrosamente cerca de las cortantes rocas. Sólo el magistral manejo de la caña de que hizo gala mi bragado compañero pudo evitar el desastre. Cabe decir que el veneno de la raya, una potente neurotóxina paralizante, podría haberme dado más que un susto y propiciar mi caída al agua de haberme alcanzado en una pierna.



En está ocasión mi 46-2 no pudo bregar con bestia marina alguna, es raro que estas capturas vengan de dos en dos.

En un momento saqué mi multiherramienta y con ella sostuve al gran pez por la boca, resbaló, al sentir mi mano cerca lanzó un bocado y apretó los dientes sonoramente. Aquel chasquido hizo que me recorriera un escalofrío de arriba abajo, sabía que el mordisco de una raya de ese calibre, no pesaba tres sino seis kilos, podría herirme de gravedad e incluso seccionarme un dedo. Repetí la operación, esta vez no hubo fallos, y volví a sentir otro escalofrío al comprobar la fuerza con que la durísima boca del pez se cerraba sobre la herramienta al tiempo que emitía un potente silbido. No me amedrenté, sin embargo, subí las escaleras hasta el espigón y al fin, exhausto de luchar con la mar, empapado hasta la cintura pero lleno de emoción, llegué hasta arriba donde nos felicitamos mutuamente por tan hermosa captura.




Momentos que no se olvidan nunca…

La compenetración y camaradería, la perfecta sincronía entre ambos pescadores así como nervios templados, curtidos por las vivencias piscatorias, fueron determinantes para llevar a buen término la captura relatada. Es importante observar lo que se mueve bajo nuestros pesqueros, el conocimiento de la especie impidió que cometiésemos alguna imprudencia que podría haberse saldado con graves lesiones. A pesar de ello una espina rozó mi dedo corazón de la mano derecha y, aunque apliqué calor rápidamente, lo cual inactiva el veneno, las dos primeras falanges permanecieron dormidas durante dos días.



Yace el selacio frente al Sagarra que lo llevó a tierra.

Esta experiencia fue prueba inequívoca de que siempre hay que llevar los útiles necesarios cuando se busca un gran pez, pues nunca se sabe lo que puede salir de las profundidades marinas para atacar a nuestra humilde sardina. Si además de la insustituible sacadera nos acompaña un Sagarra ya tenemos medio camino hecho, la suerte y la pericia se encargarán de lo que resta.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

jajaja el quijote al lado tuyo juan era un chiquillaje,jaja buena raya ,gracias a ustedes nobles y valientes caballeros del mar, las dulces e inocentes boguillas, volveran a dormir mansas y tranquilas a la orilla del muelle,jaja estoy esperando la triologia, un saludo amigo.

Anónimo dijo...

Gracias sar-dina. Haré lo que pueda, pero los peces tienen que poner de su parte.


Saludos.

Juan Urrutia

Anónimo dijo...

A mi me dio miedo solo leer lo relatado,pero lo de la pierna me acojono..................estar tan cerca de la muerte................, en fin
a
vivir que son dos dias